domingo, 19 de enero de 2014

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martes, 7 de enero de 2014

Hombres y mujeres que merecieron por sus obras de vida ser Santos y Santas 9 de Enero.





9 de Enero.
Santos Julián y  Basilisa
La vida terrena de Julián y de Basilisa se pueden subdividir en tres períodos. El primero fue el de su formación humana y cristiana, de la decisión que tomó Juliány acepto a Basilisa de vivir virginalmente en el matrimonio que contrajeron para darles gusto a sus padres. Cuando estos murieron, los dos castos esposos se separaron para fundar él un monasterio para hombre, y ella uno para mujeres, en los cuales, juntos con el compromiso espiritual se llevaba a cabo una intensa actividad caritativa.
El tercer período consistió en el precioso testimonio que dio Julián con su martirio junto con un gran número de compañeros  a quienes él animaba, como narra Martiriogio Romano: “En Antioquía (los estudiosos dicen que en realidad fue en Antinoe) bajo Diocleciano Maximino, (se celebra) el nacimiento de los santos Julián  Mártir y Basilisa Virgen, esposa del mismo Julián. Esta, habiendo conservado la virginidad con el esposo terminó su vida en paz. Pero Julián, después de haber visto quemados muchísimos  sacerdotes y ministros de la Iglesia de Cristo que , por la crueldad de la persecución, se habían refugiado en el monasterio de Julián y Basilisa, también él por orden de Marciano fue torturado y condenado a muerte. Con él sufrieron también el martirio Antonio Prete, Anastasio, a quien el mismo Julián había resucitado de la muerte y hecho participe de la gracia de cristo; Celso jovencito junto a su madre Marcelina, siete hermanos y muchísimos otros.
Fuente: Un santo para cada día Mario Sgarbossa – Luigi Giovannini

Hombres y mujeres que merecieron por sus obras de vida ser Santos y Santas 8 de Enero





8 de Enero
San Severino
En el siglo V el Imperio Romano de Occidente se vio invadido poco a poco por los Visigodos. Ostrogodos, Vandalos, Francos, etc. En la desvastación general sólo las realidades y las autoridades cristianas constituyeron un punto firme para la sobrevivencia. En este contexto  histórico en el que se presenta la la figura y obra de San Severino, que nació de una noble familia romana hacia el año 410. Después de una estadía en oriente, hacia el 454, se establecio cerca de Danubio, en donde construyó monasterios para albergar a los habitantes amenazados y para que, al mismo tiempo, fueran puntos de irradiación del Evangelio entre las tribus bárbaras.
Inclinado igualmente a la vida contemplativa, eremítica y a la actividad misionera y favorecido con el carisma de la profecía, San Severino hizo también previsiones sobre el plano humano. En efecto, comprendió que el movimiento de los pueblos bárbaros jóvenes era indetenible y que la decadente sociedad romana recuperaría su vigor gracias a estas nuevas fuerzas.
Pero era necesario que esas mentes fueran iluminadas por las verdades del evangeli, y para ello había que entrar en contacto directo con ellas. Con un gesto valiente que le ganó la admiración de los rudos guerreros, llegó hasta Comagén, ya en manos de los enemigos; su concreta caridad para los necesitados  le conquistó definitivamente el corazón sencillo de los “bárbaros”, comenzando por el de los jefes. Gibuldo, rey de los Alamanos, le tenía “suma reverencia y afecto”, como dice su biógrafo Eugipo, y lo escuchaba con respeto, dócil como a un hijo; Flaciteo, rey de los Rugos “lo consultaba en las empresas peligrosas como a un oráculo celestial”.
No faltaron signo del cielo que confirmaban sus palabras. Un día la nuera de Flaciteo, contra el parecer de Severino, lo había convencido de que no le diera la libertad a los prisioneros; Severino la amonestó enérgicamente a temer la ira de Dios: esa misma noche el sobrino de Flaciteo cayó prisionero de otra tribu bárbara y obtuvo la liberta sólo por la intervención de Severino.
San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe. Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura, que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes. En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo:

"Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. Él quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar"

Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucha gente, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones. Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía:

"Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder"

Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad. El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia:

"Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" (Romanos 2).

Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores:

"He pecado y nada malo me ha pasado"

Pues todo pecado trae castigos del cielo.

Y ésto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal. San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión.  Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo. Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente:

"Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo"

Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó. Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. Él les respondió:

"¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?"

Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo:


"El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia"

Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la finca del hacendado perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la iglesia y dijo al Danubio:

"No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz"

El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo. El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo:

"Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos"

Y entonando el Salmo 150 se murió, el 8 de enero. A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido. Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.
Respetado y amado por la gente humilde como por los reyes y guerreros, vivió muy pobremente , sin sacar ninguna ventaja material para si mismo: vestía la misma túnica tanto en invierno como en verano, dormía pocas horas acostado en el suelo y con cilicios, y en cuaresma comía solo una vez por semana. Murió el 8 de enero de 482. Sus reliquias reposan y son veneradas en Frattamaggiore (Nápoles) junto al mártir Sosso.
    
Fuente - Texto tomado de EWTN:
Un santo para cada día Mario Sgarbossa – Luigi Giovannini