8 de Enero
San Severino
En el
siglo V el Imperio Romano de Occidente se vio invadido poco a poco por los
Visigodos. Ostrogodos, Vandalos, Francos, etc. En la desvastación general sólo
las realidades y las autoridades cristianas constituyeron un punto firme para
la sobrevivencia. En este contexto
histórico en el que se presenta la la figura y obra de San Severino, que
nació de una noble familia romana hacia el año 410. Después de una estadía en
oriente, hacia el 454, se establecio cerca de Danubio, en donde construyó
monasterios para albergar a los habitantes amenazados y para que, al mismo
tiempo, fueran puntos de irradiación del Evangelio entre las tribus bárbaras.
Inclinado
igualmente a la vida contemplativa, eremítica y a la actividad misionera y
favorecido con el carisma de la profecía, San Severino hizo también previsiones
sobre el plano humano. En efecto, comprendió que el movimiento de los pueblos
bárbaros jóvenes era indetenible y que la decadente sociedad romana recuperaría
su vigor gracias a estas nuevas fuerzas.
Pero era
necesario que esas mentes fueran iluminadas por las verdades del evangeli, y
para ello había que entrar en contacto directo con ellas. Con un gesto valiente
que le ganó la admiración de los rudos guerreros, llegó hasta Comagén, ya en
manos de los enemigos; su concreta caridad para los necesitados le conquistó definitivamente el corazón
sencillo de los “bárbaros”, comenzando por el de los jefes. Gibuldo, rey de los
Alamanos, le tenía “suma reverencia y afecto”, como dice su biógrafo Eugipo, y
lo escuchaba con respeto, dócil como a un hijo; Flaciteo, rey de los Rugos “lo
consultaba en las empresas peligrosas como a un oráculo celestial”.
No
faltaron signo del cielo que confirmaban sus palabras. Un día la nuera de
Flaciteo, contra el parecer de Severino, lo había convencido de que no le diera
la libertad a los prisioneros; Severino la amonestó enérgicamente a temer la
ira de Dios: esa misma noche el sobrino de Flaciteo cayó prisionero de otra
tribu bárbara y obtuvo la liberta sólo por la intervención de Severino.
San Severino
tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos
preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe. Se
fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes
de la ciudad de Astura, que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar
más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo
caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad
de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después
llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron
totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes. En
Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la
gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un
prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo:
"Nada de
lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho
caso a los consejos de este santo. Él quiso liberarnos, pero nosotros no
quisimos dejarnos ayudar"
Entonces las
gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a
portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban
llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a
destruir la ciudad.
En Faviana, una
ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no
dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del
cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los
repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo,
acompañado de mucha gente, se puso a orar y el hielo del río Danubio se
derritió y llegaron barcos con provisiones. Su discípulo preferido, Bonoso,
sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos
enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía:
"Enfermo
puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder"
Y por 40 años
sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad. El santo iba
repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia:
"Para los
que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal,
la tristeza y castigos vendrán" (Romanos 2).
Y anunciaba que
no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores:
"He pecado
y nada malo me ha pasado"
Pues todo
pecado trae castigos del cielo.
Y ésto detenía
a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal. San Severino
era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante
30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban
irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando
pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y
Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas
nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día;
reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al
pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios
y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja,
pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues
todos lo consideraban un verdadero santo. Se encontró con Odoacro, un pequeño
reyezuelo, y le dijo proféticamente:
"Hoy te
vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los
tuyos los lujos de la capital del mundo"
Y así sucedió.
Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el
cristianismo y lo apoyó. Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase
de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la
religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le
concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.
Giboldo, rey de
los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le
rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio
que le tenía a la santidad de este hombre.
En otra ciudad
predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de
enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. Él
les respondió:
"¿Para qué
comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad
de sus habitantes?"
Y se alejó de
la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron
a mucha gente.
En Tulnman
llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San
Severino, el cual les dijo:
"El
remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia"
Toda la gente
se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo
por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las
demás fincas, menos de la finca del hacendado perezoso, el cual vio devorada
por plagas toda su cosecha de ese año.
En Kuntzing,
ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus
inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a
la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta
de la iglesia y dijo al Danubio:
"No te
dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz"
El río obedeció
siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta
por el santo. El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se
iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo:
"Si
quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás.
Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los
monasterios y a los templos"
Y entonando el
Salmo 150 se murió, el 8 de enero. A los seis años fueron a sacar sus restos y
lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle
los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas
estuviera dormido. Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles.
En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la
celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los
pecadores y la paz del mundo.
Respetado
y amado por la gente humilde como por los reyes y guerreros, vivió muy
pobremente , sin sacar ninguna ventaja material para si mismo: vestía la misma
túnica tanto en invierno como en verano, dormía pocas horas acostado en el
suelo y con cilicios, y en cuaresma comía solo una vez por semana. Murió el 8
de enero de 482. Sus reliquias reposan y son veneradas en Frattamaggiore
(Nápoles) junto al mártir Sosso.
Fuente - Texto tomado de EWTN:
Un santo para cada día Mario Sgarbossa – Luigi Giovannini
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