domingo, 24 de junio de 2012

San Juan el Bautista: allanando el camino para Dios


Una voz gritaba en el desierto: ¡Preparen los caminos del Señor! Esa voz era la de San Juan Bautista, el precursor de Jesús, el último y más grande de los profetas.
La madre de Juan era Isabel, parienta de la virgen María, casada con Zacarías, un sacerdote del templo de Jerusalén. Era de edad avanzada, pero concibió a Juan por una gracia que Dios le concedió.
Juan vivió en el desierto durante mucho tiempo hasta hacer su aparición pública a los treinta años de edad. Vestido apenas con una túnica de pelo de camello y un cinturón de cuero, este hombre empezó a predicar la penitencia y el bautismo en las orillas del río Jordán, atrayendo grandes multitudes. Jesús mismo se hizo bautizar por él, y Juan lo reconoció como el Mesías. Cuando Cristo se marchó a predicar a Galilea, Juan continuó haciéndolo en el Jordán, anunciando la venida del Salvador, y denunciando las injusticias.
Acusaba a Herodes, el gobernante de Galilea, por su unión ilegítima con Herodías, la mujer de su hermano. Herodes lo mandó encarcelar, pero le temía y respetaba, y por eso no lo ejecutó.
En una fiesta, Salomé, la hija de Herodías, bailó para Herodes, y este quedó tan satisfecho que prometió recompensarla con lo que quisiese. Aconsejada por su madre, pidió la cabeza del Bautista. Herodes, a pesar de estar entristecido, no quiso volverse atrás y lo mandó decapitar. Así murió aquel de quien Jesús dijo "les aseguro que no nacido ningún más grande que Juan el Bautista".
Una virtud que me gustaría destacar de Juan es su fortaleza frente a las contrariedades. No tuvo miedo de decir la verdad, ni de enfrentar a la muerte, sabiendo que cumplía la misión que Dios mismo le había encomendado. Hoy en día, a nosotros muchas veces nos da vergüenza manifestar nuestra fe, como si fuera algo inútil y anticuado.
Recordemos que nosotros, como él, estamos llamados a "allanar el camino para el Señor", en nuestro entorno diario, en el ambiente en que Dios nos ha puesto: el trabajo o el colegio, la familia y el deporte, nuestros amigos... Anunciemos a Dios en esos lugares, con palabras, pero sobre todo con ejemplos, como lo hizo Juan
La vida de San Juan está llena de enseñanzas y ejemplos para nosotros. Su nacimiento contra todo pronóstico, es un canto a la esperanza y la confianza en Dios; su vida, un ejemplo de austeridad y humildad; su muerte, un signo de valor y coherencia en estos tiempos en que, como en la época del Precursor, reina la confusión.

La Fiesta

El niño San Juan Bautista no vive en la iglesia, sino en su casa, donde tiene su ropa, sus juguetes, sus flores y su comida. Pero un día al año los llevan a la iglesia a rezar y luego a bailar junto a sus miles de amigos que celebran su salida como debe ser.
Se trata de una fiesta profundamente pagana, divertida y contagiosa. El sonido de los tambores hacen imposible detener los movimientos del cuerpo, los niños vestidos con hermosos trajes enternecen hasta los tuétanos, las mujeres con amplias faldas y flores en su cabeza cautivan.
Hay tanta alegría y emoción cuando san Juan sale de la iglesia, que le lanzan arroz, caramelos y monedas de chocolate. La gente salta y grita como si se tratara del cantante adolescente de moda. Le cantan, lo corean, lo bailan, lo pasean, la salida anual del niño San Juan no tiene desperdicio.
Durante 24 horas la música no parará un solo segundo, los tamborileros se suceden unos a otros, se hidratan con ron seco y caratos, mientras tanto al niño le llevan pan, dulces, carros de bomberos, pelotas, frutas y le muestran a los amiguitos que ayudó a salvar y sus padres cumpliendo su promesa los llevaron a jugar con él.
Al niño San Juan le gusta el rojo, todos lo visten, se agitan cientos de trapos al son de su tambor, tanto le gusta que en el momento que vio la luz del sol, mi pañoleta negra cayó al piso y al ponerme la roja, no pasó a pesar que bailé, salté y grité.
Dicen cuando San Juan sale viene la lluvia y eso es señal de buena cosecha.

El niño San Juan Bautista no vive en la iglesia, sino en su casa, donde tiene su ropa, sus juguetes, sus flores y su comida. Pero un día al año los llevan a la iglesia a rezar y luego a bailar junto a sus miles de amigos que celebran su salida como debe ser.
Se trata de una fiesta profundamente pagana, divertida y contagiosa. El sonido de los tambores hacen imposible detener los movimientos del cuerpo, los niños vestidos con hermosos trajes enternecen hasta los tuétanos, las mujeres con amplias faldas y flores en su cabeza cautivan.
Hay tanta alegría y emoción cuando san Juan sale de la iglesia, que le lanzan arroz, caramelos y monedas de chocolate. La gente salta y grita como si se tratara del cantante adolescente de moda. Le cantan, lo corean, lo bailan, lo pasean, la salida anual del niño San Juan no tiene desperdicio.
Durante 24 horas la música no parará un solo segundo, los tamborileros se suceden unos a otros, se hidratan con ron seco y caratos, mientras tanto al niño le llevan pan, dulces, carros de bomberos, pelotas, frutas y le muestran a los amiguitos que ayudó a salvar y sus padres cumpliendo su promesa los llevaron a jugar con él.
Al niño San Juan le gusta el rojo, todos lo visten, se agitan cientos de trapos al son de su tambor, tanto le gusta que en el momento que vio la luz del sol, mi pañoleta negra cayó al piso y al ponerme la roja, no pasó a pesar que bailé, salté y grité.
Dicen cuando San Juan sale viene la lluvia y eso es señal de buena cosecha. Al día siguiente, San Juan volverá a su casa. Regresará con el mismo ánimo y alegría con el que salió a la fiesta.

 


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