sábado, 27 de agosto de 2011

El hombre que decidió, volver a caminar para vivir


En una oportunidad, hablando con mi hermano Carlos sobre las cosas que aquejan los andares de los hombres, en medio de una guerra de criterios de edades y diferentes momentos vividos, iniciamos la construcción de esta historia que hoy quiero compartir con ustedes. Se trata de un hombre que a lo sumo tendría 48 años de edad, lo podemos describir como una persona con las fuerzas físicas – motoras necesarias para edificar un mundo de felicidad, su rostro proyectaba cansancio, desilusión, soledad y, entre otras cosas, mucha tristeza. Su vestimenta estaba algo abandonada y rota, representaba pues el vil retrato de la miseria, debo acotar que este amigo llevaba un saco a cuestas con cosas que guardaba con recelo; y producto de su peso deformaba la rigidez de su postura varonil, produciendo un caminar cabizbajo y una sensación de abandono a la vida misma, lo único que avivaba este retrato era su perro que involuntariamente en medio de sus jugueterías le animaba a seguir el camino y por momentos hasta le robaba una sonrisa. Mi hermano Carlos y yo nos imaginamos a este hombre caminando por una vereda de árboles muy grandes y frondosos, con un suelo cubierto de hojarasca en descomposición, se podía escuchar un concierto de aves canoras y algunos insectos capaces de emitir ruidos agradables y naturales. Era la naturaleza en pleno, sin la intervención antrópica. El hombre se detiene en el camino y se dispone a descansar junto a su perro al pie de un gran árbol, distrae su mirada en el saco y se decide a revisar las tantas cosas que había dentro de él, consiguiéndose que contenía muchos manuscritos, los cuales fue leyendo uno a uno. A partir de este momento se registraron en el lugar sonrisas y lágrimas, producto de lo que este hombre revisaba en cada uno de los manuscritos que no era más que las cosas que había vivido. Pero algo interesante empezó a suceder, este hombre comenzó a separar los manuscritos, apilando a su derecha lo que le recordaba felicidad, como el hecho de haber conocido a su gran amor, el nacimiento de su primer hijo, el éxito como un buen gerente de marketing que le permitía excelentes ingresos, entre otras cosas; a la izquierda depositaba el manuscrito del accidente aéreo donde su esposa perdió la vida, otro que registraba la muerte de su primer hijo a temprana edad al diagnosticársele cáncer y, finalmente otro que hablaba de cuando fue despedido. A través de estas tres últimas situaciones se manifestaba el porqué de aquel cuadro de soledad y aislamiento que dibujaba ese hombre, otras cosas de menor trascendencia pero igual de importantes se hicieron apilar en el lado izquierdo. Su decisión fue guardar en su saco las cosas dispuestas en el lado derecho que en un momento albergaron felicidad en su corazón, y abandonar las que estaban en el otro extremo las cuales no le permitían vivir. ¡Cuán grande fue su sorpresa cuando el saco se vio aliviado de peso! convirtiéndose ahora en algo que era una felicidad cargarlo, mostrarlo y exhibirlo, se paró del pie de aquel árbol y convirtió sus pasos cansados en una carrera llena de risas al lado de su perro, corría al reencuentro consigo mismo, corría a recuperar el tiempo perdido, corría a soñar, corría a vivir, pero sobre todo corría a amar; sentía en lo más profundo de su ser que él mismo se daba una nueva oportunidad ante la vida.
Estas cosas nos pasan a diario, no abstraemos de la vida sin darnos la oportunidad de avanzar, cargamos pesos que en nada nos ayudan, biológicamente somos vulnerables en el tiempo, pasamos un promedio de 20 años de edad tutelados por nuestros padres, hay quienes duran más, otros menos de acuerdo a las circunstancias. A partir de los 60 años se empieza a asomar un proceso involutivo en uno que Ricardo Montaner describe en una frase de una de sus tantas canciones: “quienes ayer fueron tus padres, hoy son tus hijos”, ¡qué cosa más realista! Bueno, recreas las cosas que cuando niño hacías. Significa que solo contamos con cuarenta años de vida útil, es decir, cuarenta años para ser feliz; y nos empeñamos en tratar de no serlo, recurriendo a tantos antivalores que nos distraen de hacer las cosas que en verdad queremos hacer, buscando glorias efímeras que terminan entristeciendo nuestra vida. Cabe citar una de las mejores reflexiones que he leído en mi vida, hecha por un argentino que admiré mucho en vida, siguiendo sus poesías hecha canciones libertarias, su nombre: Facundo Cabral, la reflexión “No estás triste, estas distraído”, los invito a leerla al igual que una muy hermosa hecha por Gabriel García Márquez la cual se titula: “Carta de despedida” Por último, espero que este escrito junto a los otros que he compartido con ustedes, pueda encender en ustedes, mis queridos amigos, la llama de reflexión interna en nuestra alma y corazón. Vivir viviendo, se trata de eso y donde el buen vivir representaría la sumatoria que nos da el desprendernos de los antivalores que tiene esta sociedad moderna en la destrucción del hombre por el hombre. Extracto de Proverbios y cantares (XXIX)Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar.Antonio machado

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