sábado, 24 de septiembre de 2011

Honestas Palabras

Te amo, te quiero, saludos, abrazos, cariños, eres mi gran amigo y sonrisas fingidas, son recurrentes en los mundos de algunas personas con fuertes cargas de frustraciones y que no han sido capaces de comprender el para qué y él para quién de su existencia. Sus sueños están comprometidos con el hecho de construir mundos efímeros, que mucho se alejan de lo espiritual y de la solidaridad humana. Así, olvidan lo importante que son para nuestro Dios, al retar su voluntad e incumplir sus mandamientos. Estas personas confunden la bondad con el abuso, arriesgando la posibilidad de tener una fuente eterna de amor o una amistad sincera, ya comprobada. No me equivoco al pensar que, como seres humanos, construimos nuestros propios infiernos. Estoy convencido de que antes de acometer cualquier acción, sea la que fuese, debemos medir sus consecuencias, porque corremos el riesgo de perder cosas que difícilmente podemos recuperar; y, si se recupera, nunca será igual... La grandeza del hombre está en ser buen hijo, buen padre, buen esposo, buen hermano, buen amigo; pero, por encima de esto, ser un buen ciudadano. Esta última resulta ser la más importante porque marca tu referencia histórica, en positivo o negativo, hacia tus generaciones. En mi caso, me siento muy orgulloso de tener un padre y una madre, que por necesidades no pudieron obtener un título universitario, pero que me impregnaron de buenas costumbres vinculadas con la moral y la ética: valores de hogar que hoy irradio en los míos. Una de las cosas que me enseñó mi vieja fue a dar las gracias por los alimentos... y hoy entiendo que sus oraciones no eran más que el agradecimiento a Dios por poder compartir lo mucho o lo poco que era capaz de producir el viejo. Mi padre inculcó en mí el dar gracias a Dios: al despertar, por el milagro de la vida; y al acostarme, por el regalo de haber vivido un día más. Estaba prohibido, caminar en la casa cabizbajo, mi viejo era de la idea que el caminar erguido y mirando al frente era muestra de rectitud y grandeza. Recuerdo que, en mi acto de grado universitario, se me acercó en el medio de la fiesta para decirme lo orgulloso que se sentía por mi logro; que era su orgullo al igual que todos mis hermanos; que me mantuviera con mis principios y que el saber que los mantendría hasta después de su muerte lo llenaría de una felicidad eterna. Cuando obtuve mi primer trabajo como oficial de la Guardia Nacional, en la primera visita que hice a mi pueblo querido (Carúpano), nos fuimos a dar una vuelta a la playa y en el trayecto, inició una auditoria moral escudriñando mi labor profesional y ética. Mi viejo inculcó en mi unos mensajes dignos de recordar en este momento, por ejemplo: “la grandeza, Joselino, nos trae comodidades que, cuando no son obtenidas por los canales regulares, al final resultan ser incómodas y además no cuentan con la bendición de Dios; y lo que no tiene la bendición de Dios se va como llega. Esa mala energía arrastra en oportunidades marcas que perjudican hasta a tus seres más queridos”; o esta otra: “el poder te permite conocer nuevas amistades que obedecen a un estatus, que generan en algunos casos la construcción de un renombre, que se conocen o se dan a conocer en el medio por conveniencias y es generador de la hipocresía social”.


Geógrafo: Joselino Serrano M.
joselino.serrano@gmail.com
twitter: @jmserrano73
Joselinoserrano.blogspot.com

Las honestas palabras nos dan un claro indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.

 Miguel de Cervantes Saavedra 

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